El culto al éxito

La avidez, los excesos, la ambición y la preocupación por sobresalir, desencadenaron extravagancias analizadas por Gilles Lipovetsky. Éste observó que la década de los ochenta estaba regida, básicamente, por los jóvenes empresarios, es decir, los yuppies (“young urban professionals”), para quienes la necesidad de aparentar completaba el gusto por el poder. Lipovetsky decía que la moda pertenecía al campo de los gastos suntuarios, y que en momentos de crisis el deseo de distinguirse de los demás solía acentuarse en busca de la jerarquía social. Los yuppies (femeninos o masculinos) tenían mucho dinero y ganas de gastarlo. Fue en estos años que se abrió el Museo de las Artes de la Moda (Arts de la Mode) dentro de uno de los sectores del Museo del Louvre.

Los creadores se convirtieron en dioses y reemplazaron a las estrellas del rock; las modelos top, a las actrices, y los desfiles comenzaron a ser espectáculos filmados y mediatizados. Todo se aceleró, los diseñadores, la gente y las cosas devinieron en “in”_“out”,y comenzó el fenómeno de los “fashion victimes” (víctimas de la moda): había que estar a la moda cueste lo que cueste. 

La religión del cuerpo

En una época en la que hasta el deporte se había erotizado a través del culto al cuerpo, surgieron líneas y propuestas diseñadas para modelar cada músculo en las sesiones de gimnasio o práctica de jogging. La idea era la autodisciplina y el ideal apolíneo al que aspiraban quienes practicaban jogging y ejercicios aeróbicos, acordes con una vida inspirada en el éxito y los negocios.

Las mujeres ya no querían lucir frágiles ni femeninas, sino fuertes y saludables. Los ejercicios aeróbicos desarrollaron un mercado afín. Los básicos eran de telas elastizadas, teñidas de colores vivos, cuando no flúo, y las piezas esenciales fueron: tee-shirts o tops de malla, leggings (calzas), vinchas coloridas, medias y zapatos diseñados para correr. Esta moda, que empezó siendo privativa de los gimnasios, llegó a ser con los años la vestimenta cotidiana de hombres y mujeres, aun cuando no fuesen atletas.

Los años ochenta no fueron solamente la década del lujo y la ostentación, sino también del humor ácido. El propio Lagerfeld declaró a Vogue: “Sin humor no hay nada”. Lo mismo pensaron creadores como Lacroix, Gaultier y Mugler, entre otros