Durante su apogeo, los trajes de marinero gozaron del favor de adultos y niños. Otro estilo juvenil introducido a finales del siglo XIX, aunque admirado por los padres, era detestado por casi todos los niños pequeños a los que se lo imponían. Se trataba, por supuesto, del traje Fauntleroy, popularizado (pero no inventado) por Frances Hodgson Burnett y dibujado por Reginald Birch en las primeras ediciones de su obra El pequeño lord (1866). En su forma original, consistía en una chaqueta de terciopelo negro o azul zafiro y unos pantalones bombachos que se ponían sobre una blusa blanca con un gran cuello Vandyke de encaje. Se completaba con un fajín de seda de diferentes colores, medias de seda, escarpines con hebillas, una boina enorme de terciopelo y largos bucles. Esta indumentaria parecía inspirada directamente en el retrato de Jonathan Buttall pintado por Gainsborough y conocido familiar-mente como The Blue Boy; para los padres tenía un significado romántico y aristocrático, evocando los cuadros de niñez de Carlos II y Los tres mosqueteros de Dumas. Quizá no sea coincidencia que esta indumentaria apareciese en una época en que la ropa de etiqueta de los hombres adultos era uniformemente monótona, formal y solemne.

Cedric, el héroe epónimo de El pequeño lord, no es de ningún modo un mollycoddle, como se denominaba a un muchacho demasiado protegido por las mujeres. Sabe defenderse e imponerse frente a otros chicos de su edad y sobresale en los deportes. Su indumentaria, sin embargo, pronto se convirtió en la quintaesencia del afeminamiento. Generaciones de muchachos ingleses y norteamericanos se hicieron adultos con espantosos recuerdos de cuando los obligaban a llevarla, y los autores de libros para niños la usaban como indicativo de que un personaje en la mala reputación del traje Fauntleroy se pudo deber en parte a junto, que se diferenciaba del de Cedric en que incluía una corbata suelta, lo adoptó de forma más destacada Oscar Wilde. En 1882, Wilde recorrió Estados Unidos vestido con bombachos de terciopelo negro y rizos en el pelo, hablando de poesía a grandes audiencias que lo adoraban y posiblemente influyendo en la elección de la señora Burnett en cuanto al vestuario de sus dos hijos y de Cedric. El posterior juicio y encarcelamiento de Wilde arrojó una sombra no sólo sobre el papel del esteta sino también sobre la indumentaria que había vestido, que en lo sucesivo se vio oscuramente contaminada. Entre las consecuencias finales de su deshonra quizá deberíamos contar, por tanto, no sólo a una generación de escritores aburridamente varoniles y estéticamente tímidos, sino también a la liberación de miles de niños de sus ásperos cuellos de encaje y sus ceñidos trajes de terciopelo.

PANTALONES CORTOS Y BOMBACHOS

Aun después de haber escapado del atuendo Fauntlero y, los muchachos siguieron llevando pantalones cortos durante muchos años, tanto a diario como en las ocasiones especiales. Lo más probable era que llevasen pantalones cortos hasta los siete u ocho años; después lo más seguro es que se pusieran pantalones bombachos como los que usaban sus padres para jugar al polo o montar en bicicleta. Es éste un temprano ejemplo de la norma aún en vigor hoy en día de que las ropas deportivas del adulto son la ropa de diario del niño. Este principio se ha extendido ya a los deportes mayoritarios, y los niños de ambos sexos (especialmente los chicos) van al colegio con camisetas de fútbol, chándal y zapatillas deportivas en miniatura, a menudo blasonados con la insignia de su equipo favorito.

En los Estados Unidos los pantalones largos para niño pequeño se empezaron a vender en la década de los 20, pero no eran demasiado frecuentes. Gradualmente se fue bajando la edad a la que se ponían los primeros pantalones largos, hasta que hacia 1940 incluso los niños de tres y cuatro años los llevaban, especialmente para jugar. Actualmente, en Norteamérica los pantalones cortos son estrictamente una prenda de verano y los bombachos ni se conocen. En Gran Bretaña el paso de los pantalones cortos a los largos fue más gradual. Incluso ahora muchos uniformes escolares son de pantalón corto. En los oscuros y fríos días de invierno, los patios de recreo de las escuelas elementales están moteados de desnudas rodillas llenas de bultos y cicatrices y dolorosamente enrojecidas, entre los pantalones cortos de color gris o azul marino y los calcetines grises largos. El sentido común aconsejaría que se cubriesen; pero el sentido común tiene poca relevancia en la historia del vestido. Además, históricamente, las rodillas desnudas siempre han sugerido dureza varonil: están asociadas a las vestimentas militares de los antiguos britanos, de los antiguos y modernos escoceses con sus típicas faldas, de exploradores forjadores de imperios y de heroicos futbolistas. Cubrirlas sería un signo de debilidad nacional.

EL DECLIVE DE LA INDUMENTARIA JUVENIL

Aparte de unos cuantos supervivientes, el concepto de modelos especiales para los niños de mayor edad está hoy en día en suspenso. Hemos vuelto, en efecto, al sistema medieval, que reconoce la infancia como un estado independiente, pero viste a los niños como sus mayores, o al menos como se visten sus mayores para jugar. Esto quizá sea apropiado, pues física y socialmente los niños crecen ahora con mayor rapidez que antes. En la década de 1860, por ejemplo, la edad media a la que las jóvenes norteamericanas tenían su primera menstruación era a los 16 años y medio, y a las niñas que aún no los habían cumplido se las vestía, muy apropiadamente, como niñas: con ceñidos corpiños y faldas amplias cortas, con calzones o calcetines largos blancos debajo.

Hoy la edad media de la aparición de la regla es de once años o menos. Incluso a los diez algunas niñas llevan ya lo que se llama «sostén de entrenamiento», completamente inútil excepto como señal de que la niña acabará convirtiéndose en mujer. También la ropa exterior de niña, hasta los tres y cuatro años, se diseña a menudo para sugerir (o quizá para alentar mágicamente) el desarrollo de características sexuales secundarias. La amplitud de la falda sugiere unas inexistentes caderas y sobre el minúsculo pecho plano se perfilan pecheras y se las llena de chorreras.