Paralelos a Paul Poiret, descollaron otros creadores. El artista catalán Mariano Fortuny (1871-1949) definió su estilo en su casa de Venecia, donde fundó su atelier de tendencia artística y artesanal. Estampaba pesados terciopelos y brocatos inspirados en el Renacimiento italiano. 

Fortuny comenzó a diseñar este modelo alrededor de 1907, inspirado en el chiton de la Grecia clásica (muy de moda en esa época). Patentó el proceso del plisado, que es todo el secreto de la prenda, en 1909, y continuó creando el modelo hasta su muerte, en 1949.

Antes de la guerra de 1914, la clase alta francesa, deslumbrada por las innovaciones de Poiret y Fortuny, también se vestía con otros modistos, como Doucet y Callot.

Su tendencia consistía en líneas simples, aunque novedosas. Los vestidos tenían soltura, gracias a sus pliegues calculados a partir del talle alto, y la falda solía terminar en una traine (cola).

Los conjuntos de dos piezas llevaban faldas hasta el tobillo, de corte recto y sacos largos, inspirados en las chaquetas masculinas. Debajo lucían blusas con jabot de encajes, para feminizar el conjunto que se usaba en las salidas diurnas, como lo indicó, a partir de entonces, la costumbre de lucir un modelo para cada ocasión y bora.

El vestido para recibir a la hora del té, que los ingleses llamaron tea gown, fue importantísimo y clave en el guardarropa de cualquier mujer que se considerara elegante. Tan necesario como la robe d’interieur (vestido de interior o para adentro), que resumía la moda para estar en la casa, gran novedad como estilo y costumbre. Esa vestimenta era cómoda y amplia y, sin llegar al lujo, lo suficientemente cuidada, como lo exigía la vida de invitaciones informales.

Otra pieza del nuevo ropero fue el negligé, que se usó en la más absoluta intimidad del trajín diario. Las líneas de lingerie resultaron tan seductoras que algunos modistos convirtieron las formas de la lencería en propuestas para la ropa exterior y de noche. Algo similar volvió a ocurrir en los últimos años del siglo XX, con las enaguas, por ejemplo.

Los vestidos de soirée recién aceptados a partir de 1913, estaban reservados para las fiestas y las funciones de ópera. Tenían escotes muy profundos y se acompañaban con capas de piel con incrustaciones de encajes, o abrigos de terciopelo pesado con estampados y bordados deslumbrantes.
Sobre la cabeza se usaron sombreros con bordes de plumas -preferentemente blancas, vinchas, o casquetes con aigrettes. También turbantes, como los preferidos de Poiret, inspirados en Bakst, autor del inolvidable vestuario de los Ballets Russes que hicieron furor en París en 1909 e influenciaron no sólo a Poiret, sino a todos los costureros de antes de la Guerra.