
En 1918, hacia fines de la Primera Guerra Mundial, empezó a perfilarse una nueva mujer. Era emancipada, trabajaba fuera de su casa y llevaba una vida más independiente de su matrimonio, ya que los hombres estaban en el frente.
Usaba las faldas y la cabellera más corta, rasgo que después, en los años veinte, definió el estilo de los “roaring twenties”. Esta denominación abarca la vida loca y sin prejuicios que los hispanos llamamos “años locos”. La protagonista femenina se peinaba a lo varón (à la garçonne). A las más atrevidas se las llamaba “flappers”: quieren lucir jóvenes, atractivas y desprejuiciadas.
Inauguraron el look “muchachito”, sin imaginar que ese será muchos años después el aspecto preferido, casi permanente y con pocos intervalos, de diversos modistos que nunca se apartarán totalmente de ese estilo.
A partir de 1919, con el nacimiento de las mujeres modernas, también se percibió que la ropa se ajustaba a un nuevo modo de vida. Ellas practicaban deportes y atletismo, bailaban ritmos de jazz, fumaban en público y, entre otras libertades, manejan automóviles.
En ese momento inauguraron el Período de Entre Dos Guerras, que marcó el siglo XX, no sólo en la moda.
Las vanguardias en el arte, la música o la arquitectura y el diseño, que nacieron en el Bauhaus, Alemania, influenciaron también las formas del vestir: a partir de entonces fueron decididamente urbanas y más adecuadas a una vida activa y desprejuiciada.
